Cuentos
El niño y el ave.
Tahiel era el hermano más pequeño de tres, y era uno de los pocos hombres que se habían quedado atrás para cuidar el pueblo mientras los demás se iban al combate. "Una vez terminado el invierno te enseñaré a pescar" le había dicho su padre antes de partir.
Pero Tahiel había decidido que no esperaría a que su padre volviera para aprender. Así que un día, buscando el mejor lugar en el que sentarse a pescar, tahiel se encontró una pequeña ave herida a la orilla del agua, la pobre criatura mirando fija y serenamente al pequeño, pero su cuerpo se agitaba violentamente.
Tahiel, con lo poco que sabía de medicina, tomó la decisión de cuidar al animal para darle una segunda oportunidad. Así, envolvió al animal en su poncho para resguardarlo del frío matinal y se quedó con él. En un principio el ave, asustada, trató de escapar, pero pronto se dio cuenta que sus intentos eran inútiles y que se estaba mejor en las ropas del crío.
Arreglándoselas como pudo, Tahiel logró lavar la herida del ave y no la abandonó hasta que esta fue capaz de moverse y hasta levantar vuelo por sí misma. Y de esa manera, sacrificando un día de su vida, Tahiel salvó la vida del ave, el guairao que algún día anunciaría la muerte de su padre.
Stefan Genkowsky
Podría ser inmensamente feliz...
Podría ser inmensamente feliz me digo, pero como, si tú – lejana estas llorando desde aquella noche, en la que bajo la luna menguante, la cual cubría nuestras sombras jure amarte por siempre.
Recuerdo el día en que te vi, tú, imperceptible bajo esa misteriosa neblina, me hiciste olvidar hasta mis memorias, me bloqueabas por completo, me hacías creer que podía ser inmensamente feliz.
Más allá de lo que aquella noche nos entregaba, no había nada en estas tierras que pudiera asegurarnos que seriamos felices.
¿Es tan breve el amor? Grito desesperado, esperando que la serpiente kay kay me lo diga, sin embargo su mirada penetrante me asegura que no hay futuro para nosotros.
¡Hay Ngenechen!, guíame a mi destino, pero si ha de tomar una decisión, lo hare… En este sueño amargo mi corazón elige perderse entre la neblina de su belleza, por qué?, porque podría ser inmensamente feliz.
Nadin Aguilera.
Todo tiene su propósito
Nehuén y Ayelén eran dos jóvenes, hijos de Tahiel, lonko de la comunidad al costado del río Cobquecura. Cada noche, a la luz del fogón, los hermanos escuchaban las historias de su padre, cuyo principal objetivo era enseñarles que todo en la naturaleza tiene su propósito, era cosa de saber interpretarla. Y no fue sino un par de días más tarde en que se les presentó una gran prueba a esta enseñanza; Nehuén pescaba en el río, cuando repentinamente escuchó un grito asustado: “¡Nehuén!”.
Era su hermana. El joven corrió rápidamente en la dirección del grito, y se encontró con Ayelén horrorizada, mirando hacia unos coigües. Un puma se encontraba ahí, desnutrido, y con una de sus patas atascadas en unas rocas. El primer pensamiento de Nehuén fue que debían dejarlo morir ahí, pues era peligroso, y seguramente moriría de hambre en uno o dos días.
Pero al mirarlo a los ojos, sintió en el puma algo parecido a él mismo. Pudo sentir el miedo y el hambre del puma. Dudó, pero finalmente decidió sacar de su bolso uno de los pescados y dárselo al puma. Con ayuda de su hermana, y desde lejos, movieron la roca con una rama, y lo liberaron. “¿Estás seguro de que estuvo bien liberarlo?”, le preguntó Ayelén.
“No, pero algo en él me llamó a tenerle compasión”. Varios meses transcurrieron luego de esto, y en la noche de la luna de los primeros frutos ocurrió algo inesperado: llegó Tahiel, con una herida en su brazo, y con cara de asustado. “Un grupo de zorros me rodeó e intentó atacarme” dijo,” pero justo llegó un puma que los asustó, y logré salir corriendo, tuve mucha suerte”.
En ese momento, Nehuén y Ayelén se miraron, con el mismo pensamiento en mente: “Todo tiene su propósito”.
Joaquín De Ferrari
Luna fría medicinal
Fue un día por la mañana, cuando mi amigo Mali y yo salimos al fogón de nuestra aldea, vimos al lonko preparando a nuestra gente para los encargos diarios. Mi abuela junto a la madre de Mali se encargaron de recolectar las medicinas de la aldea, pero algo andaba mal, mi abuela tenía una cara muy preocupante, casi la misma expresión que tuvo cuando una lluvia de fuertes granizos que azotó a la aldea.
Estábamos en invierno, por lo cual, mi abuela me pidió que le ayudara a recolectar los “frutos de noche fría”. Le pedí ayuda a Mali –Mali ayúdame a buscar frutos le dije un poco inseguro puesto no creía que el conociese los frutos, pero me dio un sí y los había visto ayer, cuando mi abuela y su madre recogieron unos cuantos en su tienda, por lo que me aliviaba un poco la tarea que me dieron.
Nos demoramos casi medio día en buscarlos todos, a pesar de que estábamos relativamente cerca de nuestra aldea. Reunimos hongos, mentas, matico y coralillo todo lo necesario e indicado por mi abuela, así que fue una tarea con éxito, yo y Mali nos fuimos muy cansados, pero satisfechos por nuestros resultados.
Ya al llegar a la aldea entramos a la tienda de Mali con los “frutos fríos” o algo así, allí estaban mi familia y la de Mali, yo no sabía que ocurría cuando de repente en el rostro de Mali se notaron algunas lágrimas, quise preguntarle que le paso, pero me sentí muy incómodo, sentí que si le preguntaba, iba a quedar como un irrespetuoso o algo así sentí en ese momento.
Mi abuela le pidió los frutos que llevaba Mali en sus manos, él se acercó y le suplico a mi abuela que mejorara a su pequeño hermano, mi abuela con sus desgastadas manos, las tomo y saco de su bolsita de lana unos cuencos de madera algo deteriorados, ella puso dentro el matico, hongos y coralillo.
Comenzó a mezclar estos frutos, algo cansada y logró una pasta muy densa y con un olor muy peculiar, se dio cuenta de que estaba listo su pasta medicinal, tomó una rama de menta y la untó en esta pasta para luego esparcirla en todo el pecho del pequeño. Instantes después guardó los cuencos dentro de la bolsa, mientras el padre de Mali le acercaba una especie de pandero a sus manos, mi abuela se preparaba para una especie de canto.
El pandero sonó con armonía y las palabras de mi abuela acompañaban muy bien este ritmo, era una canción extraña para mí, nunca antes la había escuchado, no era como de esas que te cantaban las jóvenes madres cuando pequeño, esta canción tenía algo muy misterioso y religioso, me sentí a gusto, pese a la dolorosa situación.
Martín Rojas
Pewen
Mapu, usted sabe de mis orígenes, cuando baje del lomo de Trentren y me convertí en lo que soy, un pewen, no podría estar más agradecido por el favor de estar en contacto con mis ñukes, pero mala suerte que me ha tocado ver como mi pueblo se cae lentamente gracias a los huincas, que se aprovechan, apropian y explotan lo poco que nos fue quedando, nuestros hermanos siguen luchando por proteger lo que nuestro y mantener el legado, por mucho que nos cueste sabremos repercutir en esta tierra, solo quería decirle, mapu, que este es mi adiós, que los huincas me están desconectando con las mismas armas que han ocupado en contra de mis hermanos.
Es mi convicción que la guerra pronto acabará y que el sueño azul que mis ancestros anhelaban volverán a dar luz, amor sin barreras y sin fronteras, ¡MARICHIWEU!...
Abdón Araya